miércoles, 20 de octubre de 2021

La teoría del apego: confusiones, delimitaciones conceptuales y desafíos Primera parte

EL CONCEPTO DE APEGO

 Introducción

EL CONCEPTO DE APEGO y la teoría que lo sustenta han supuesto una gran aportación a la comprensión del ser humano, gracias a lo cual ha llegado a ocupar un lugar destacable en numerosos contextos profesionales. Propone un concepto intuitivo muy poderoso, sostiene una visión constructiva del desarrollo humano, y cuenta con el respaldo de un poderoso marco teórico e investigador. Ahora bien, el desconocimiento de la teoría, la falta de clarificación en algunos aspectos fundamentales de su conceptuación, y la desconsideración de sus limitaciones, han propiciado usos poco productivos y a veces erróneos. Estas anomalías nos colocan ante situaciones que no podemos explicar desde este marco teórico, o que incluso interpretamos inadecuadamente. Una visión crítica y algo escéptica puede arrojar luz sobre muchos de estos errores, forzarnos a una reflexión detenida, y así conducirnos a una revalorización más ajustada de un productivo concepto teórico. Ése es el objetivo de este trabajo, en el que buscamos reflexionar sobre algunos hallazgos y evidencias especialmente relevantes que trataremos de conectar con inquietudes presentes en ámbitos asistenciales.

Consideramos que muchas de las dificultades mencionadas se relacionan con cuatro cuestiones críticas: a) la falta de precisión en el uso del concepto, lo que normalmente parece producto del desconocimiento; b) la consideración (teórica y/o práctica) del apego como un sistema motivacional relativamente aislado; c) la confusión entre apego e intersubjetividad; y d) la falta de reconocimiento del carácter heterogéneo del apego. Cada uno de estos hándicaps puede traducirse en un desafío hacia el cambio y la mejora.

No entraremos aquí en la exposición de la teoría del apego. Para ello, remitimos al lector a textos introductorios como los de Marrone (1) o Lafuente y Cantero (2), y a una revisión crítica como la de Galán (3), y abordaremos de inmediato tres de las cuatro dificultades señaladas. Respecto a la primera de aquéllas, se ha alertado del frecuente uso vago, inapropiado o restringido del concepto, con una simplificación por la que el término "apego" aparece más como un concepto inspirador de una forma de entender al ser humano que como el marco de referencia bien sustentado que pretendía ser. Esta anomalía se soluciona con una profundización en el campo de conocimiento, y con una exigencia de rigor en su uso. Por el contrario, las otras tres dificultades nos sitúan ante aspectos insuficientemente abordados en el estudio del apego, demandando en primer lugar un trabajo de reflexión, investigación y clarificación.

 

El apego en un contexto de múltiples necesidades

Algunos profesionales intentan abarcar todo tipo de relación emocional con el término "apego", identificándolo con "vínculo emocional", en lugar de considerarlo como uno más de los posibles lazos emocionales que pueden establecerse entre dos seres humanos (4); en concreto, se trata de aquel que nos lleva a buscar la protección de alguien percibido como mayor o más sabio (5). Ese error conceptual puede extenderse al ámbito de la intervención, de modo que el apego se convierte en el eje de una actuación que debería estar dirigida en otra dirección, o se califica como "trastorno de apego" cualquier caso donde aparezcan dificultades en la relación padre-hijo, especialmente en contextos como el de la adopción (6). Esta situación puede explicarse desde el desconocimiento de la teoría, pero también porque se recurre al apego para entender aspectos tan complejos de la conducta humana que se acaba por sobredimensionar su poder explicativo. De esta manera, bajo el paraguas conceptual del apego acaban siendo agrupadas parcelas de funcionamiento humano que podrían tener su propia entidad conceptual.

La consideración de estos errores nos lleva a dos cuestiones relevantes. Por un lado, el carácter complejo y multifactorial de la motivación humana. Por otro, el interrogante acerca de qué tipo de seguridad buscamos en esa figura poderosa hacia la que nos dirige el apego.

Las motivaciones interpersonales y sus relaciones mutuas

Como hemos señalado, en muchas ocasiones se utiliza la teoría del apego para intentar explicar ámbitos de funcionamiento humano extremadamente complejos, imposibles de abarcar de forma exclusiva desde este marco teórico; frente a la tentación de sobredimensionar éste, contamos con la opción de buscar su articulación con otros acercamientos a la motivación humana. Esto implica un desafío a nivel conceptual, porque obliga a concebir modelos teóricos de cierta complejidad. En este ámbito contamos con aportaciones muy enriquecedoras, de las que podemos destacar aquellas que otorgan un lugar privilegiado al apego. Entre ellos encontramos algunos modelos multidimensionales de la motivación humana como los de Lichtenberg (7), Bleichmar (8) o Liotti (9), que nos llevan a entender el apego como uno más de los múltiples e interactivos impulsos que nos empujan, entre otras cosas, a relacionarlos con los demás seres humanos. Para ilustrar estas ideas vamos a remitirnos exclusivamente a la propuesta de Liotti, que plantea cinco sistemas motivacionales interpersonales: apego, ofrecer cuidado, competición (rango), sexualidad y cooperación. Una visión simplista nos situaría ante cinco posibles motores de la conducta, pero la realidad es más compleja, porque nos encontramos con un rico entrelazamiento de motivaciones.

Los elementos que introducen complejidad son muy diversos. En primer lugar debemos tener en cuenta que estos cinco sistemas motivacionales presentan distintos calendarios evolutivos; por ejemplo, el apego comienza a activarse de una forma marcada en el segundo semestre de vida, y tras alcanzar un pico, irá perdiendo relevancia conforme se entra en la adultez; por el contrario, en un desarrollo evolutivo sano el sistema de cuidado sobre otras personas será muy débil durante los primeros años, para ir reforzándose conforme se llega a la edad adulta. En segundo lugar, debemos considerar que entre estos sistemas se establece una relación muy dinámica. Así, interaccionan, se sustituyen, bloquean, amparan entre sí, etc. De estas posibles relaciones mutuas hay dos posibilidades que tienen una gran importancia a los efectos que aquí se consideran.

Por un lado, un sistema motivacional puede ir más allá de su objeto inmediato. De hecho, una de las razones que podrían haber hecho sobredimensionar el valor del apego residiría en su papel como nicho en el que se desarrollarían otros sistemas motivacionales. Por ejemplo, el sistema sexual lleva al emparejamiento y disfrute de una relación amorosa con elementos sensoriales-sensuales. Pero muchos de los elementos que permiten su despliegue (compartir intimidad, tolerar-disfrutar el contacto físico, mirarse de cierta manera, etc.) han sido aprendidos antes, muy posiblemente dentro del marco de una relación de apego (10). Es más, el apego podría ser el contexto relacional básico en el que se adquieren algunos aprendizajes fundamentales que van a influir en todos los demás sistemas motivacionales, por ejemplo, la autorregulación. Así, el Minnesota Longitudinal Study of Parents and Children, un ambicioso estudio longitudinal liderado por L. Alan Sroufe que comenzó en los 70 y aún continúa (11), define el apego como un sistema diádico de regulación de las emociones. La relación de apego implica un estrecho e intenso contacto continuado con una figura que dirige la relación, y éste sería un marco privilegiado para aprender a regular las interacciones con los demás y gestionar las propias vivencias. Consecuentemente, las anomalías en el campo del apego se traducirán en problemas para regular los sentimientos y las conductas. Por tanto, el apego nos impelería a buscar protección en caso de peligro, pero al mismo tiempo estaría creando un marco de interacciones en el que aprenderemos elementos básicos para cualquier tipo de relación con los demás... y con nosotros mismos. Quizá por ello, uno de los resultados del Estudio Minnesota es que al usar el apego para predecir la evolución de los sujetos de la investigación, este concepto está presente en casi todos los ámbitos de funcionamiento personal, pero su capacidad predictora en solitario resulta escasa. El apego parecía ser el lugar donde se incrustaban (embedded) esos otros factores determinantes en el desarrollo del ser humano.

Pero además, ese carácter dinámico de las relaciones entre los sistemas motivacionales va a implicar que uno puede ocupar el lugar de otro. Podemos encontrar ejemplos muy significativos en el entorno clínico. Por un lado, los estudios de seguimiento en relación al apego desorganizado muestran que a los 3-4 años de vida la desorganización se convierte en control. Es decir, se produce una inversión de rol por la que el infante trata de dirigir la relación a través de una estrategia coercitiva (imposición, violencia, chantaje sobre los progenitores) o de cuidado (extrema solicitud, rol de cuidador sobre los padres) (12). Por ello, a veces se ha entendido que el niño, el adolescente o el adulto controlador, agresivo, incapaz de auto-calmarse cuando se enfrenta con tormentas emocionales o pérdidas, nos estaría mostrando la evolución de un apego desorganizado (13). Pero también podríamos plantearnos si, en lugar de una forma "disfuncional" de apego, estaríamos ante una desconexión de éste y su sustitución por otro sistema motivacional, en concreto el de dominiorango, o el de cuidado. De esta manera, el niño (o adulto) dejaría de manejarse, dentro de esa relación, desde la necesidad de protección para hacerlo desde la imposición o desde la prestación de cuidados. En este sentido, y remitiéndonos a un ámbito práctico, podemos plantearnos cómo nos relacionamos profesionalmente con adolescentes problemáticos; es habitual que nos dirijamos (como casi siempre hacemos con los menores de edad) con una oferta de cuidado (del adulto) que debería ser asumida desde el apego (del niño). Desde un punto de vista del desarrollo evolutivo, se trata de una propuesta relacional comprometida, porque el adolescente se encuentra en un momento de vacilaciones respecto al apego, y de hiperactivación de los sistemas de competiciónrango y sexualidad. Si, además, su trayectoria vital ha implicado importantes daños emocionales en los momentos de activación del sistema de apego (lo que ha ocurrido en el maltrato infantil), no debería extrañar que ante una propuesta de apego respondan con desafío.

¿Cómo entender esta compleja interacción entre sistemas motivacionales? Escapa a los objetivos de este artículo abordar un tema tan amplio. Pero, al menos, sí quisiéramos esbozar algunas pinceladas. Una imagen sugerente y poderosa es la que compara el desarrollo psicológico del niño con la teoría cosmológica del Big Bang desde la que se explica el nacimiento del Universo. En esta teoría, de una masa inicial indiferenciada que concentra en un pequeño punto todo un potencial de desarrollo, a partir de un determinado momento se van desplegando componentes que darán lugar a las estructuras astronómicas que hoy percibimos de forma diferenciada. De la misma manera, el recién nacido parece ofrecernos una masa indiferenciada de potencialidades con funciones psicológicas y sistemas conductuales amalgamados, y conforme se despliega el desarrollo del niño podemos ir identificando cada uno de ellos (entre otros, los ya mencionados sistemas motivacionales). En unos años, lo que aparecía inicialmente como una mezcla fundida, acabará convirtiéndose en una cuerda formada por múltiples hilos entrelazados, ya más fáciles de visualizar como entidades diferentes.

Uno de esos hilos será el apego, que posiblemente tenga un papel especialmente señalado como guía o soporte para otros. Quizá sea tan importante porque constituye un sistema básicamente relacional, y con ello va a marcar al resto de los sistemas relacionales que vayan surgiendo en nuestra vida. Probablemente por ello, el apego ha sido propuesto como un "constructo organizador" (14) con el que dar un sentido coherente a esa compleja evolución psicológica que caracteriza al ser humano. No obstante, pueden plantearse dos dudas: si es necesario un concepto organizador, y cómo ejercería el apego ese papel tan especial.

Esta última cuestión ha sido expuesta en los términos de si el efecto del apego sobre tantos ámbitos del desarrollo (bienestar, relaciones de pareja, paternidad/maternidad, salud mental, etc.) se basa en su influencia sobre otras variables mediadoras, o si más bien ayuda a crear estructuras que poseerían el auténtico carácter explicativo; estas dos son las hipótesis que ha planteado el grupo de Minnesota, encontrando datos para apoyar a ambas (14). Un ejemplo de pronunciamiento en este debate lo encontramos en el grupo de Fonagy cuando plantea la existencia de lo que denomina "mecanismo interpretativo interpersonal", ligado a estructuras corticales prefrontales y que daría cuenta de la regulación de la atención y de la emoción junto con la capacidad para percibir al otro como poseedor de vida mental (mentalización); el desarrollo de esa estructura hipotética estaría marcada poderosamente por la relación de apego que el niño establece con sus cuidadores; y, por ello, cuando el apego falla será fácil encontrar problemas atencionales, dificultades en la regulación conductual y afectiva, y déficits en la mentalización (15).

De estos planteamientos se desprende la consideración del apego como un componente central en el desarrollo evolutivo del ser humano que tiene un valor protector por sí mismo, pero cuyo alcance se extiende a otros ámbitos del desarrollo. Esta proyección fuera de su misión original (asegurar la protección frente a depredadores) responde al establecimiento de un complejo juego dinámico con otros motores del desarrollo, de los que a veces resulta difícil deslindarlo. En esta situación, corremos el riesgo de confundirlos o de sobredimensionar el papel del apego a expensas de otros sistemas de conducta. Frente a ello, debemos plantear rigor en su definición, tanto a efectos teóricos como prácticos.

Peligros físicos versus emocionales

El apego nos remite a la seguridad buscada al enfrentarse a una amenaza. Pero ¿a qué tipo de peligro nos referimos? Sin ninguna duda, el apego incluye amenazas a la seguridad frente a peligros físicos, porque su origen filogenético residiría en la defensa frente a depredadores, las agresiones de congéneres o la posibilidad de no seguir al grupo en movimiento (16). Se trata de contextos de peligro para la propia integridad en los que se recurriría a una figura poderosa que aporte protección. Ahora bien, ¿podemos plantearnos lo mismo en lo referente a la amenaza procedente de nuestro mundo interno, cuando experimentamos ciertas vivencias emocionales dolorosas o angustiantes? En esos casos, ¿es el apego lo que nos impele a buscar apoyo en otra persona?

Situándonos en el contexto de una amenaza que sentimos procedente de nuestro mundo interno, en un primer nivel de análisis podemos considerar el temor a ser destruido por los propios sentimientos cuando estos adquieren cierta intensidad o cualidad. El trabajo clínico con niños y adultos a veces nos remite a visiones de la infancia en las que uno de los grandes retos que asumen los niños desde su nacimiento es el de manejar sus sentimientos, un reto evolutivo para el que se necesita la ayuda del cuidador. Más allá de especulaciones teóricas, la clínica y la psicopatología nos han mostrado cuán devastadores, inhabilitantes y generadores de disfunción y sufrimiento son los sentimientos que no pueden ser contenidos por el individuo. Pero también en adultos podemos percibir ese carácter de amenaza a la integridad que conllevan algunos sentimientos, desde la angustia de las crisis de pánico (con un característico temor a morir, volverse loco o perder el control) hasta las vivencias catastróficas de desintegración en la esquizofrenia. En este contexto de amenaza podríamos entender que se despertara el sistema de apego, es decir, la búsqueda de protección de alguien percibido como poderoso; de hecho, la búsqueda de objetos contrafóbicos en el trastorno de pánico es una muestra evidente de ello.

Esa sensación de peligro podría ser diferente cuando nos enfrentamos a otras vivencias emocionales dolorosas que no conllevan ese carácter tan amenazador. No obstante, resulta evidente que el ser humano tiende a buscar a alguien con quien compartir muchas de esas emociones (la tristeza, el enfado, la desesperación, la angustia, etc.); y por ello podemos preguntarnos nuevamente si lo que impulsa esa búsqueda es el apego. Probablemente, ésta sea la visión más extendida entre los profesionales, pero los recientes avances en el conocimiento de los aspectos más sutiles y profundos de las relaciones humanas nos están ofreciendo una explicación alternativa. Se trata de otorgar un lugar propio como motivación humana a la necesidad de compartir estados psicológicos, lo que en algunos lugares está siendo denominado "intersubjetividad". Si bien podemos referirnos a ella como una capacidad (la de conectar psicológicamente con otra persona), también podemos entenderla de forma complementaria como una necesidad o un impulso.

De hecho, y remitiéndonos a los conceptos básicos, podríamos plantear que lo que buscamos en el interlocutor será diferente cuando lo que sentimos en peligro es la integridad física o el bienestar emocional, aunque en ambos casos exista distrés y se busque una figura externa de apoyo. Atendiendo a la definición estricta de apego, la activación de éste implicará que la persona que vive la amenaza demande la protección de alguien fuerte y con una actitud confiada ante el peligro, que no la deje sola y esté dispuesta a enfrentarse al peligro; aun cuando pueda ser recomendable y deseable, no resulta estrictamente necesario que la figura protectora sea empática o sensible a la vida mental ajena. En cambio, cuando sienta un malestar emocional más ligado a vivencias internas, buscará preferentemente a una persona con sensibilidad y que disponga de habilidades básicamente relacionales (capacidad de escucha, empatía, etc.). Lo que estamos planteando, por tanto, es que ante ciertas vivencias emocionales podríamos buscar la protección de otra persona sin que esto tenga que ver necesariamente con el apego, aunque mantengamos el ideal de una relación en la que la figura de referencia pueda aportar ambas formas de cuidado.



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